lunes, 1 de diciembre de 2014

TERCERA HISTORIA



 (...)
Vi a la muchacha durante cuatro años todas las tardes, menos los domingos. Estaba siempre allí, apoyada en el tercer poste de telégrafo en el camino de la Fábrica. Si llovía, ella tenía el paraguas abierto.
No miré ni una sola vez.
-Adiós -le decía al pasar.
-Adiós -me contestaba.
El día que cumplí los dieciocho años desmonté de la bicicleta.
-Tengo dieciocho años -le dije-.  Ahora puedes salir de paseo conmigo.  Si te haces la estúpida, te rompo la cabeza.
Ella tenía entonces veintitrés y se había hecho una mujer completa.  Pero tenía siempre los mismos ojos claros como el agua y hablaba siempre en voz baja, como antes.
-Tú tienes dieciocho años -me contestó-, pero yo tengo veintitrés.  Los muchachos me apedrearían si me viesen ir en compañía de uno tan joven.
Dejé caer la bicicleta al suelo, recogí un guijarro chato y le dije:
-¿Ves aquel aislador, el primero del tercer poste?
Con la cabeza me hizo seña de que sí.
Le apunté al centro y quedó solamente el gancho de hierro, desnudo como un gusano.
-Los muchachos -exclamé- antes de recibirnos a pedradas deberán saber trabajar así.
-Decía por decir -explicó la muchacha-.  No está bien que una mujer vaya de paseo con un menor.  Sí al menos hubieses hecho el servicio militar…!
Ladeé a la izquierda la visera de la gorra.
-Querida mía, ¿por casualidad me has tomado por un tonto? Cuando haya hecho el servicio militar, yo tendré veintiún años y tú tendrás veintiséis, y entonces empezarás de nuevo la historia.
-No -contestó la muchacha-; entre dieciocho años y veintitrés es una cosa y entre veintiuno y veintiséis es otra.  Cuanto más se vive, menos cuentan las diferencias de edades.  Que un hombre tenga veintiuno o veintiséis es lo mismo.

Me parecía un razonamiento justo, pero yo no era tipo que se dejase llevar de la nariz.
-En ese caso volveremos a hablar cuando haya hecho el servicio militar -dije saltando en la bicicleta-.  Pero mira que si cuando vuelva no te encuentro, vengo a romperte la cabeza aunque sea bajo la cama de tu padre.
Todas las tardes la veía parada junto al tercer poste de la luz; pero yo nunca descendí.  Le daba las buenas tardes y ella me contestaba buenas tardes.  Cuando me llamaron a filas le grité:
-Mañana parto para alistarme.
-Hasta la vista -contestó la muchacha.
Ahora no es el caso de recordar toda mi vida militar.  Soporté dieciocho meses de fajina y en el regimiento no cambié.  Habré hecho tres meses de ejercicios; puede decirse que todas las tardes me mandaban arrestado o estaba preso.
Apenas pasaron los dieciocho meses me mandaron a casa.
Llegué al atardecer y sin vestirme de paisano, salté en la bicicleta y me dirigí al camino de la Fábrica.
Si ésa me salía de nuevo con historias, la mataba a golpes con la bicicleta.
Lentamente empezaba a hacerse de noche y yo corría como un rayo pensando dónde diablos la encontraría.
Pero no tuve que buscarla: la muchacha estaba allí, esperándome puntualmente bajo el tercer poste del telégrafo.  Era tal cual la había dejado y los ojos eran los mismos, idénticos.
Desmonté delante de ella.
-Concluí -le dije, enseñándole la papeleta de licenciamiento. La Italia sentada quiere decir licencia sin término.  Cuando Italia está de pie significa licencia provisional.
-Es muy linda -contestó la muchacha.
Yo había corrido como alma que lleva el diablo y tenía la garganta seca.
-¿Podría tomar un par de aquellas ciruelas amarillas de la otra vez? -pregunté.
La muchacha suspiró.
-Lo siento, pero el árbol se quemó.
-¿Se quemó? dije con asombro-. ¿De cuándo aquí los ciruelos se queman?
-Hace seis meses contestó la muchacha-.  Una noche prendió el fuego en el pajar y la casa se incendió y todas las plantas del huerto ardieron como fósforos.  Todo se ha quemado.
Al cabo de dos horas sólo quedaban las puertas. ¿Las ves?
Miré al fondo y vi un trozo de muro negro, con una ventana que se abría sobre el cielo rojo.
-¿Y tú? -le pregunté.
-También yo -dijo con un suspiro-; también yo como lo demás.  Un montoncito de cenizas y sanseacabó.
Miré a la muchacha, que estaba apoyada en el poste del telégrafo; la miré fijamente, y a través de su cara y de su cuerpo, vi las vetas de la madera del poste y las hierbas de la zanja.
Le puse un dedo sobre la frente y toqué el palo del telégrafo. -¿Te hice daño? -pregunté.
-Ninguno.
Quedamos un rato en silencio, mientras el cielo se tornaba de un rojo cada vez más oscuro.
-¿Y entonces? -dije finalmente.
-Te he esperado -suspiró la muchacha- para hacerte ver que la culpa no es mía. ¿Puedo irme ahora?
Yo tenía entonces veintiún años y era un tipo como para llamar la atención.  Las muchachas cuando me veían pasar sacaban afuera el pecho como si se encontrasen en la revista del general y me miraban hasta perderme de vista a lo lejos.
-Entonces -repitió la muchacha-, ¿puedo irme?
-No -le contesté-.  Tú debes esperarme hasta que yo haya terminado este otro servicio.  De mí no te ríes, querida mía.
-Está bien dijo la muchacha.  Y me pareció que sonreía.
Pero estupideces así no son de mi gusto y en seguida me alejé.
Han pasado doce años y todas las tardes nos vemos.  Yo paso sin desmontar siquiera de la bicicleta.
-Adiós.
-Adiós.
¿Comprenden ustedes?  Si se trata de cantar un poco en la hostería, de hacer un poco de jarana, siempre dispuesto.  Pero nada más.  Yo tengo mi novia, que me espera todas las tardes junto al tercer poste del telégrafo en el camino de la Fábrica.

Giovanni Gaureschi.

1.   Analiza el estilo del texto (narrador, lenguaje, personajes, etc.)

2.   Haz una lista con toda la información que se desprenda del texto respecto a lo que había sucedido en el tiempo anterior al relato.

3.   Escribe el principio del relato de manera que no se note la transición.