Alejandro Ciriza.
Hasta hace unos años, el Derbi della Madonnina era la
pasarela ideal para que Milan e Inter, dos colosos del fútbol transalpino,
exhibiesen sus atributos. Hasta hace no mucho, sus careos eran sinónimo de
grandeza, opulencia y quilates, de nombres prestigiosos. Pero hoy día, como una
metáfora de la Italia más deprimida y decadente, todo eso ha cambiado. Las
telarañas invaden las arcas y la miseria se ha apoderado de un derbi que
terminó en tablas (1-1), traducido en un partido bronco, rudo y muy tosco, plagado
de imprecisiones, sostenido en estos tiempos más que nada por la pasión de los
aficionados. Un encuentro que deja al uno séptimo y al otro noveno.
Lejos quedan ya los pulsos gloriosos que encendían Milán.
Del lustre al lastre, ambos equipos arrastran la herencia de una gestión
calamitosa que ha devaluado una cita cargada antes de glamour y estrellas, hoy
día reducida a la mínima expresión futbolística con jugadores de saldo y otros
de vuelta. Si acaso, un toque estilístico en los banquillos, ocupados por dos
goleadores que en su día honraron al calcio. Ahora trajeados, ni Inzaghi
ni Mancini consiguieron dotar de empaque a un duelo pobre y desvencijado,
jugado como un correcalles más propio de un patio de recreo que de un escenario
como San Siro.
Aguardaban los hinchas del Inter con expectación el regreso
de Mancini a su banquillo. Ganador de tres Scudetti en sus primeros
cuatro años en la caseta, de 2004 a 2008, al técnico le espera una faena muy
ardua. Recibió el cálido abrazo de sus seguidores, aunque en los nerazzurri
apenas se apreció el lavado de cara, apenas unos pocos retoques y el mismo
despliegue errático que con sus predecesor hasta una semana, el rechazado
Walter Mazzarri.
Desde el inicio, la pelota fue de un lado a otro a
trompicones, con escaso sentido. El doble pivote conformado por Muntari y
Essien, dos rocas de granito, describe las intenciones del cuadro rossonero,
antaño un equipo poderoso y estético, actualmente un grupo plano y ante todo
físico. Lo demostró el forzudo Mexes, que a las primeras de cambio pudo irse al
vestuario si el árbitro aprecia un atropello suyo sobre Icardi. Tuvo el
delantero después una excelente ocasión de abrir el marcador al cortar un pase
horizontal de Muntari en la zona de riesgo y plantarse solo ante Diego López.
Pero el guardameta, inmenso para tapar su marco, sacó una pierna y despejó el
cuero.
Después del espejismo, el partido fluyó en el terreno de la
rudeza y las carantoñas recíprocas (se cometieron 29 faltas en total),
especialmente duras por parte los rojinegros. Primero fue Muntari el que enseñó
el antebrazo sin venir a cuento y abrió un corte en el labio de Dodô, y más
tarde enseñó sus malas artes Rami, que castigó la tibia de Guarín con sus
tacos. Entremedias, poco juego, un chut envenenado del colombiano bien resuelto
por Diego López de nuevo y algunos destellos estrambóticos, como un disparo de
De Sciglio que en lugar de tomar rumbo a la portería se perdió por el banderín
de córner entre las carcajadas de los tifosi del Inter. Mientras,
Fernando Torres estuvo desaparecido. Volvió a irse de vacío El Niño, que desde
septiembre, cuando le marcó al Empoli su primer y único gol, no celebra otro.
En definitiva, muy pocas cosas rescatables hasta que al
Milan le vino un rayo de inspiración divina y enhebró su única acción de mérito
en el primer periodo. Essien, justo ya de gasolina, abrió a la derecha, a ver
si su compañero El Shaarawy se inventaba algún truco. Este, con su crin de
caballo, levantó la cabeza, puso el balón en el corazón del área y encontró a
Ménez, impecable en el remate con un giro de tobillo perfecto. El escorzo del
meta Handanovic para intentar empañar la acción fue en vano.
El tanto no cambió en exceso el panorama, pero sí que invitó
al multinacional Inter a dar un paso al frente y llevar la iniciativa. Más
generoso y combinativo, un poco menos escuálido que su adversario, acusó el
escaso acierto de su estilete, Icardi, pero equilibró con justicia el
electrónico por medio de Obi. El zurdazo cruzado del nigeriano desde el balcón
del área pilló a contrapié a Diego López, que corrigió sobre la marcha y se
estiró como un muelle, pero esta vez fue batido.
En la recta final, a falta de argumentos, ambos conjuntos se
enzarzaron en un tímido intercambio de golpes. De forma incomprensible, El
Shaarawy reventó el larguero cuando tenía al portero de frente, a dos metros,
prácticamente entregado; acto seguido, Icardi cazó un centro de Guarín que
ningún zaguero acertó a despejar, pero su remate, ciertamente complicado,
también melló el travesaño; y ya en el tiempo de prolongación, el botín del
capitán Ranocchia pudo costarle un disgusto al Inter, ya que desvió la
trayectoria del chut de Poli y el esférico se marchó lentamente junto al poste
izquierdo. Un larguísimo Ooooooh de lamento recorrió las tribunas del
estadio. No es para menos. Lo qué fueron aquellos derbis, debieron de pensar la
mayoría de ellos.
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